“Prometeme
que no te vas a morir nunca Popo” “Te prometo que siempre voy a estar contigo”…
Pensaba en lo que me encantaría tener un diálogo así con mi abuelo. Pensaba en cómo volver y lograr entablar una charla que por alguna causa o vuelta insospechada nos desembocara en una pregunta así y en una respuesta eterna como esa que leí.
Supongo lo incómodo del momento, el no saber si con sus 90 y hermosos años entenderá a qué me refiero y sospechará lo mucho que anhelo su respuesta.
Detengo mi imaginación y mi pensar por un instante y sólo recuerdo…
Tengo esa imagen en la cabeza ahora, y entonces reflexiono: ¿Para qué necesito esas palabras? Si sé que voy a volver y ahí va a estar su abrazo y sus ojos llenos de lágrimas, y su comentario habitual de “mija, son muchos días!” sean dos o quince sin verlo. Para qué necesito palabras, si sé que todo eso y su apretón de manos constante con las mías me comunica que siempre va a estar conmigo.
Quizás algún rincón de mi existencia se sienta astuto por llorarlo de antemano, por invertir lágrimas en algo que aún no sucedió, porque todavía lo abrazo, lo reto por lo sensible que es y lo mucho que me hace sensibilizar a mí, si todavía le apretó las manos y lo siento tan vivo.
No sé, quizás alguna fibra de mi cuerpo cree que por llorar ahora no me deshidrataré cuando llegue el momento.
En medio de todo este embrollo de sensaciones y lágrimas tengo dos certezas:
No necesito palabras, me basta con sus gestos y su mirada; la otra es que van a ser eternos en mí. Él y ella, mis recuerdos, los abrazos y todo lo vivido. Ellos y yo seremos eternos.
Pensaba en lo que me encantaría tener un diálogo así con mi abuelo. Pensaba en cómo volver y lograr entablar una charla que por alguna causa o vuelta insospechada nos desembocara en una pregunta así y en una respuesta eterna como esa que leí.
Supongo lo incómodo del momento, el no saber si con sus 90 y hermosos años entenderá a qué me refiero y sospechará lo mucho que anhelo su respuesta.
Detengo mi imaginación y mi pensar por un instante y sólo recuerdo…
Tengo esa imagen en la cabeza ahora, y entonces reflexiono: ¿Para qué necesito esas palabras? Si sé que voy a volver y ahí va a estar su abrazo y sus ojos llenos de lágrimas, y su comentario habitual de “mija, son muchos días!” sean dos o quince sin verlo. Para qué necesito palabras, si sé que todo eso y su apretón de manos constante con las mías me comunica que siempre va a estar conmigo.
Quizás algún rincón de mi existencia se sienta astuto por llorarlo de antemano, por invertir lágrimas en algo que aún no sucedió, porque todavía lo abrazo, lo reto por lo sensible que es y lo mucho que me hace sensibilizar a mí, si todavía le apretó las manos y lo siento tan vivo.
No sé, quizás alguna fibra de mi cuerpo cree que por llorar ahora no me deshidrataré cuando llegue el momento.
En medio de todo este embrollo de sensaciones y lágrimas tengo dos certezas:
No necesito palabras, me basta con sus gestos y su mirada; la otra es que van a ser eternos en mí. Él y ella, mis recuerdos, los abrazos y todo lo vivido. Ellos y yo seremos eternos.